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año 66 de la era ibañez

francisco ibáñez (1987- el periódico dominical)

CARMEN FERNÁNDEZ

"Señor presidente, ya he terminado mi novela. Se llama Historia de un dibujante..., un verdadero drama", dice en el número 114 del tebeo DDT eI director al presidente de El aullido vespertino, el periódico donde trabaja el Botones Sacarino. La redacción de El aullido vespertino, con sus relaciones jerárquicas y algunos de sus currantes, era un retrato sutil de la por entonces -mediados de 1969- boyante Editorial Bruguera. El Botones Sacarino, sin ir más lejos, guarda cierta similitud con los orígenes profesionales del historietista de cuya plumilla nació este personaje. Francisco Ibáñez trabajó de botones en un banco en su temprana juventud, y se pasaba las horas de oficina haciendo tiras humorísticas en la línea de los maestros de la época -Benejam, Coll, Opisso, pero, sobre todo, Escobar y Vázquez, que repartían sus chistes gráficos en revistas como TBO, Pulgarcito o DDT-. "Cuando en el banco dije que me iba para dedicarme a mis historietas, los empleados lo celebraron con champán: Por fin, se marcha el tipo éste", explica Ibáñez soltado una carcajada.

Una sucesión de `gags'

Corrían los años 50. Aquella generación de niños no era adicta a la televisión, sino más bien a los tebeos y a los cromos. El joven Ibáñez se enroló, después de haber pasado por las revistas "La risa" e "Hipo, Monito y Fifí"; de la Editorial Marco, en el barco de Francesc Bruguera. Este astuto empresario había edificado un imperio comercial -que sus descendientes y los administradores de sus descendientes echarían abajo- sobre los cimientos de un género editorial muy popular, cuyos orígenes se remontaban a las caricaturas del siglo XIX: la historieta humorística para un público juvenil, o para "jóvenes de 15 a 117 años", como decía él mismo. Bruguera, indudablemente, no fue el inventor de este género, pero supo sacarle su jugo; la frase que más se oía en su despacho era: "¿Publicar esto? Imposible, es demasiado intelectual". El editor convirtió pronto a Ibáñez en la estrella que más brillaba de su firmamento de artistas. Y con razón, porque él creó personajes que se convirtieron en auténticos mitos -Mortadelo y Filemón- y, sobre todo, revolucionó la historieta. "Cuando yo empecé la historieta no era más que un chascarrillo desarrollado. La cambié por una sucesión de gags. Cada dos o tres viñetas pasaba algo nuevo, algo que por sí mismo podía ser una nueva historieta, pero que entretenía al lector hasta el final". Además Ibáñez introdujo un humor -todos los dibujantes explicaban situaciones de la España cañí pasadas por el tamiz del humor- absurdo que posteriormente asimilaron una pléyade de comiqueros. "Después salieron los comiqueros, pero yo sigo siendo un auténtico historietista. Ni siquiera un dibujante, porque hago las ilustraciones, pero también los guiones", reivindica Ibáñez. Como todos los obreros del lápiz de su época, prefiere el término tebeo -en 1917 se publicó el primer TBO, cuyo editor, Arturo Sánchez, jugó con la fonética de te veo para dar a entender el carácter visual de su producto- frente al de cómic, que tan en boga está actualmente. El humor de Francisco Ibáñez, Paco para los amigos, no es sólo un recurso de buen historietista -"el mejor", dice sin ruborizarse, "que no tengo abuela"-, es además un afilado bisturí que utiliza mientras conversa. "¿Si Rompetechos representa la frustración del español de la posguerra? Mujer, te agradezco que no digas que este personajillo es el reflejo de las frustraciones del autor. Todos los dibujantes tienen un hijo predilecto y, en mi caso, los preferidos no son Mortadelo y Filemón, sino ese tipejo. Se parece mucho a mí: es corto de vista, como el autor, con un cráneo brillante, como el autor".
 

La vida misma

"Las historietas no pretendían la trascendencia, describían situaciones que se veían en la calle, aunque explicadas con humor y cierta originalidad. No obstante, con los años estas historietas han trascendido porque son el testimonio de una época", afirma el escritor Salvador Vázquez de Parga, que ha invertido un buen número de horas en los tebeos y ha escrito algún libro sobre el tema. Francisco Ibáñez toma un trago de su copa de coñac y dice categórico: "Mi fuente de inspiración es Osborne, no tan sólo la vida misma. El 10 por ciento de lo que exprimo pasa en la calle. Por ejemplo, una señora que se da un batacazo en un día de lluvia. Pero el otro 90 es producto de la imaginacion del autor". No obstante, la imaginación de los historietistas de esos años entraba en las páginas con el calzador de la censura. En 1955 el régimen político legisló sobre las normas de orientación a las que debían someterse las revistas para la infancia. A partir de entonces el lápiz rojo de la censura convirtuó en sucedáneos de sí mismos a personajes tan populares como los traviesos Zipi y Zape, el hambruno Carpanta, Petra, criada para todo y la perversa doña Urraca. Incluso otros personajes fueron sentenciados a muerte, como doña Tula -una suegra que tenía amargado a su yerno- que desapareció al cabo de un tiempo.

   La presunta violencia de las historietas fue uno de los filones censurables. Como muestra de ta poca sensibilidad de los censores, éste botón: el Capitán Trueno -el magnífico personaje ideado por Víctor Mora y dibujado por el valenciano Ambrós- apareció en algunas reediciones con el puño alzado, blandiendo una espada, pero sin espada, pues había sido borrada sin más. "La violencia estaba en la mente de los jerifaltes de la censura, que no veían más allá de sus narices. La última viñeta de mis historietas, la de la carrerita, que yo inventé, siempre tuvo problemas. La longitud del garrote que llevaba el personaje que perseguía a Mortadelo y Filemón siempre dependía de los censores. Para ellos, la violencia se medía en garrotes de talla 4, 8 o 10." "Gráficamente era impensable usar el tiralíneas para dibujar una viñeta -prosigue Ibáñez-. En cuanto el censor veía una línea recta, la tachaba diciendo excitado que era un miembro viril. Por supuesto, tampoco estaba permitido hacer demasiadas curvas, porque se asociaban a las señoras". En unos años en los que los personajes recibían el tratamiento de don -don Pío, don Berrinche, doña Patro, don Cucufato Pí-, las únicas mujeres que te-nían cabida en esas páginas fueron las ma-dres o las esposas. No había, apenas, pro-tagonistas femeninas de tebeos, a no ser criadas o niñas traviesas. "El público no sabía que sólo podían aparecer hombres. urante años, Mortadelo y Filemón han stado siempre juntos. No había sitio para compañeras. Vivían juntos, trabajaban juntos. Y al cabo del tiempo la gente em-pezó a preguntarse si no sería que el autor era un poco rarillo. Pero nada de eso", sentencia Ibáñez.


Ibáñez dice que no es cierto que sus
personajes sean calvos porque él también lo es,
sino porque con un único trazo les dibuja la cabeza

La esencia de Mortadelo

  Mortadelo y Filemón, agencia de información, nació el 20 de enero de 1958, cuando Ibáñez tenía 23 años. En estos casi cuatro lustros, el jefe y el subalterno han evolucionado hasta convertirse en los reyes de la historieta española. Aunque no sólo aquí triunfan, pues estos monigotes tienen un gran éxito en Europa, Suramérica e incluso Africa. "Hace cinco años estuve en Alemania Federal en la celebración de la copia 15 millones de la editorial Condor". Al principio, estos dos detectives privados no trabajaban aún para la TIA, ni los atosigaba el Super. El jefe fumaba una enorme cachimba y se parecían un montón a Sherlock Holmes, con sus trajes de corte clásico y su mirada escrutadora. Mortadelo era muy pánfilo y no daba la talla del doctor Watson, aunque llevara bombín y paraguas. "Con su levita y su gran hongo recordaba al padre de familia de entonces". A un padre de familia distinguido, en todo caso. Aunque sólo se nace una vez, esta pareja detectivesca ha experimentado varias mutaciones vitales. Filemón perdió su parafernalia sajona para acabar en mangas de camisa. "Ibáñez los fue desnudando durante estos años -comenta el autor, que habla de sí mismo en tercera persona: Ibañez tal o Ibáñez cual-. "Al final los acabará desnudando del todo, para ver cómo tienen los cataplines, porque ni él mismo lo sabe. Lo del streap-tease hace unos años hubiera tenido una gracia tremenda, pero ahora ya no se espanta nadie, porque cualquiera los enseña."

  Mortadelo nació predestinado para ser el protagonista y triunfar, a pesar de no dar pie con bola como detective, o quizá gracias a su habilidad para escurrir el bulto. En las primeras historietas de la serie, la chispa, el carisma del larguirucho se escondía en su bombín, del que sacaba los disfraces. "Los disfraces son un aliciente para Ibá-ñez. Ellos hacían que esta historia de guardias y ladrones fuera especial -asegura el padre de las criaturas-. Si Mortadelo tiene que correr se convierte en un atleta, si tiene miedo se convierte en un borrego y si quiere ser un sinvergüenza se viste de político". Con el tiempo, el star de Bruguera pasó a ser una especie de transformista que saltaba disfrazado de una viñeta a otra. "Suprimí la prestigitación del sombrero para darle más dinamismo y porque para mí era más sencillo". Últimamente, Ibáñez fue frenando un poco lo del disfraz, pero no lo ha suprimido del todo porque el disfraz es la esencia de Mortadelo.


El historietista posa junto a sus inseparables muñecos
 

Un tablero kilométrico

  Una marca de la casa Ibáñez es la calva que lucen casi todos los monigotes del historietista, incluidos Mortadelo y Filemón. "Algunos estudiosos del tebeo se han empeñado en buscarme similitudes con mis personajes„ Dicen que los hago calvos porque yo lo soy, pero no es verdad del todo. Los dibujo sin pelo porque es un ahorro de trabajo. Mi vagancia me ha enseñado que trazando una curva ya sale la cabeza". Al hablar de su vagancia, Ibáñez deja aclarado que él es un vago bien entendido. "Cuando tienes un director o una directora, a cada cual más espantoso, siempre con el látigo en la mano para que entregues páginas y más páginas, hace falta discurrir y echar chispas para agilizar el trabajo". Ibáñez dibuja en su casa sobre un tablero kilométrico en el que coloca 6 o 10 páginas. "Empiezo repasando con tinta la primera viñeta de la primera hoja hasta llegar a la hoja décima. Así van secándose y al llegar a la última puedo volver al principio." En otras ocasiones, cuando Ibáñez no ha tenido tiempo de acabar un trabajo ha recurrido a un método que, por lo visto, le permite ser uno de los historietistas más meteóricos: "Algunas veces he tenido que trabajar 26 horas diarias. Entonces, al dar las 12 de la noche, he atrasado el reloj dos horas". Algunas de las páginas más gloriosas de la tira cómica es obra de la plumilla de Ibáñez. Pero, a pesar de su ingente producción, no todas las historietas que se publicaron hace unos años con sus personajes las ha dibujado él. "Algún empresario se saltó a la torera los principios de la propiedad intelectual. No siempre se ha jugado limpio en esta profesión. Pero estoy en litigio porque quiero recuperar mis personajes." No sólo el creador de Mortadelo y Filemón ha recurrido a los picapleitos para defender su propiedad intelectual. Anteriormente, Víctor Mora ya había llevado a Bruguera a los tribunales para recuperar la paternidad legal del capitán Trueno, personaje que, como muchos otros, Editorial Bruguera había registrado a su nombre.



En el año 2000

Mortadelo y Filemón vuelven a ocupar su puesto en los quioscos, después de una larga excedencia ligada a la quiebra de Editorial Bruguera, ocurrida el pasado año. La reaparición de esta simpática pareja, así como la de otros personajes tan entraña-bles como Rompetechos, Zipi y Zape, Su-per López, Hug el Troglodita o Delirante Rococó está propiciada por la adquisición que el Grupo Zeta ha realizado de los fon-dos de Bruguera. Ediciones Bes el nombre del equipo de trabajo, encabezado por el editor Pedro Pellicer, que sacará cada semana a la calle las revistas Pulgarcito, Mortadelo y Zipi y Zape —Pulgarcito nació en 1921 y las otras dos vieron la luz en torno a los años 70—. Además, se pondrán a la venta quincenal-mente los tebeos Super-Mortadelo, Super Zipi y Zape y el más super de todos, Super-Super López. Según Pellicer, "la calidad de las revistas está ligada a la presentación gráfica de las mismas. Por otro lado, se ha dado mayor independencia a cada tebeo, que tienen directores diferentes". En resumidas cuentas, "lo que preten-de Ediciones Bes hacer el tebeo del año 2000", asegura el editor. Una muestra de ello son las historietas expresamente in-ventadas, cuyo pretexto es el espacio este-lar: La gorda de las galaxias, de Nicolás; Los piratones del espacio, de Eloy Luna; Los especialistas, de Maikel y Rebuznos en el espacio, de Joaquín Cera. Pero junto a éstos cohabitarán en armonía los monigo-tes de los historietistas clásicos: Ibáñez, Escobar, Jan, Gasset, Rovira, Schmidt, que gozan del reconocimiento popular. "El humor que se hacía en los años 50 y 60 no pasa de moda", asegura Miguel Angel García, Maikel en los tebeos. "Si Mortadelo y Filemón están a punto de cumplir los 30 años no veo por qué no pueden llegar hasta el 2000". El joven Miguel Ángel trabaja por las mañanas en un banco —como hiciera Ibáñez en su juventud—, pero sueña con vivir profesionalmente de sus historietas. Maikel, que conoció la última etapa de Bruguera, ha publicado también en El Papus y desde hace cinco años colabora en el diario Sport. Para Ediciones B, Maikel ha inventado dos historietas: Los especialistas, con tres personajes que, como los famosos cazafantasmas de la película, se dedican a cazar monstruos, y Caperucita feroz, que aparecerá en Pulgarcito como una niña muy especial que incordia a un pobre lobo al que le sale todo mal. Ibáñez y Maikel coinciden en señalar que el público al que van dirigidas sus historietas, y todos los tebeos en general, es un público muy amplio. "No hay edades ni nacionalidades. Si un tebeo está bien hecho llega a todo el mundo", señala Ibáñez.

En las próximas seis páginas presen-tamos la primera historieta de Mortadelo. En ella se narra la primera etapa de su infancia, cuando era un niño travieso y con mucho pelo, que luego los años y la vida le hicieron perder. El muñeco que hizo famosos los disfraces más inesperados volverá a estar en todos los quioscos a partir del próximo día 25, publicado por Ediciones B






ÁNGEL SÁNCHEZ

Mi infancia de tebeo

"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...", decía don Antonio Machado. La mía no tiene nada que ver con Sevilla, sino con Roberto Alcázar y Pedrín. Los mandobles del detective y los cachiporrazos de su jovencísimo ayudante fueron los únicos capaces de romper la placidez de mi niñez. Los dos entraron en mi mundo con pasmosa facilidad. Y, sin embargo, el afamado Guerrero del Antifaz no logró hacer lo propio. No me pregunten por qué. Sólo sé que las aventuras completas de Roberto Alcázar y Pedrín fueron una completa aventura en mi pequeño mundo provinciano. Ya de mayor me han ido diciendo que Roberto era un facha redomado con apellido de fortaleza que no se rinde. ¿Y qué? ¿Es que no nos van a dejar en paz con nuestras evocaciones infantiles? ¿Por qué va a ser imposible que un caballero maduro con licencia para investigar reciba su máxima ayuda de un crío rubiales surgido del miserable mundo de los niños grumetes recoge-colillas? Con los años, los aguafiestas especialistas en cosas raras han sido fatuos de tal grado que han llegado a in-sinuar que Roberto Alcázar era poco menos que un pederasta disfrazado. ¿Por qué van a arrebatarle a la fantasía el don de otorgar eterna juventud asexuada y filantrópica a dos seres de tebeo? Uno reivindica en este breve espacio de papel la posibilidad del recuerdo virgen. Es decir, de volver a disfrutar con la familia Ulises uno por uno, sin ninguna interpretación sociológica (eso queda para los tratadistas); de compartir el hambre de bistec de Carpanta (en una sociedad evolucionada como la catalana se conocía ya al bistec por este nombre); de compadecer a Gordito Relleno por su exagerada timidez, de imitar con la imaginación las perrerías de Zipi y Zape; de admirar lo bien que Petra, criada para todo, llevaba la cofia, a pesar de ser una chacha poco favorecida; de quedar embobado ante el vertiginoso ir y venir del reportero (entonces llamado repórter) Tribulete, que en todas partes se mete... Uno reivindica que le dejen esbozar el rictus de la sonrisa amable al revivir a todos ellos y a tantos más que fueron el preludio involuntario de los Mortadelo y Filemón de la España ya potencia de la OCDE en vías de desarrollo. Por eso me ha parecido buena la idea de emular a Jaume Sisa y cantarles a todos estos personajes: "Benvinguts! Passeu, passeu. De les tristors en farem fum. Casa meva és casa vostra si es que hi ha cases d'algú". Sí. Cualquier noche puede salir el sol de la nostalgia.


Agradecimientos a Oli (Whakoom) por hacernos llegar la entrevista.

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