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francisco ibáñez (29/vi/2016) - zona cómic vol.4 nº 2
(Una entrevista de KIKE MARTÍNEZ-INCHAUSTI)
Hablar de Francisco Ibáñez es hablar de una verdadera leyenda viva del tebeo español. Recién cumplidos los 80, el infatigable creador de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, Rompetechos y tantos y tantos personajes inolvidables sigue al pie del cañón, dibujando página tras página. Con la excusa (como si hiciera falta una) de la aparición el nuevo álbum de los inefables detectives de la T.I.A., `Río 2016', y la monumental recopilación de '13, Rue del Percebe', hablamos con Ibáñez sobre su carrera.
Acaba de publicarse Río 2016, con un gran recibimiento por parte del público. Con más de ochenta años, ¿cómo se vive esa eterna juventud?
Llevo haciendo las olimpiadas desde los años setenta. Estoy hasta las narices ya. Ya no sé qué poner, y mira que las olimpiadas tienen modalidades. Lo mismo que los mundiales de fútbol, que no entiendo ni torta. Ya sea la de Brasil, la de Moscú o la que sea, lo importante es que haya un montón de gags de Mortadelo y Filemón corriendo en medio. Que el lector se divierta y se ría, aunque sea del ombligo para dentro. Sencillamente que lo pase bien.
En los últimos años, las referencias a la realidad en cada nuevo álbum son constantes.
Pero yo no hago ninguna crítica social ni nada de eso. Para eso están los humoristas de cada periódico, que lo hacen la mar de bien. Además, yo no puedo hacerlo tampoco. Pasan dos o tres meses hasta que se distribuye el álbum y para entonces la referencia ya ha pasado a la historia. Sí puedo hacer cosas de la época para que resude un poco de actualidad. Puedo sacar personajes de la política o del fútbol que salgan en la prensa, y al lector eso le gusta como si cogiese una lechuguita fresca del huerto.
El público adulto se siente así muy identificado. Los niños encuentran una serie de gags y los adultos también encuentran su espacio.
Está de moda ese eslogan de "de 9 a 99 arios". Yo hago la historia para ese público y creo que lo consigo bas-tante. Tengo la suerte de estar firmando libros todos los años y me encuentro con niños, con abuelos de 90 arios y con padres que me dicen cuánto han disfrutado desde pequeños con mis aventuras. A veces recibo cartas de profesionales, médicos, arquitectos... que me dicen que llegan a casa con sus problemas y se meten a la cama con su albumcito y se duermen tan felices después de haberse reído como si fuese una medicina.
Otro logro de Mortadelo es mantenerse en los quioscos.
Sí, es una pena. Yo recuerdo que hace unos años los quioscos estaban llenos de tebeos: El capitán Trueno, Pulgarcito, DDT, Campeón, As... Ahora miras y no hay ninguna. Solo aguantan Mortadelo y Superlópez, y algunas historias que reeditan de Escobar con su Zipi y Zape o de El capitán Trueno, pero esa edad de oro ya pasó.
¿Cómo era el quiosco cuando era niño?
Yo tuve una suerte tremenda. Aquella era una época dificililla. No había para comprar más que un tebeíto cada semana, pero tuve la gran suerte de que en mi casa había un quiosco. Al dueño alguna vez le habían robado y nos pidió que le guardáramos las publicaciones de un día para otro. El hombre nos subía todas las noches dos o tres cajones con las últimas publicaciones y yo me zambullía en ellos. Los tebeos entonces iban sin guillotinar por la parte de arriba, casi había que meter la cabeza dentro para leerlos. Eso me trajo una contractura cervical que aún me dura, pero ¡cómo disfrutaba yo aquellos momentos! Eso quizás me ayudó a meterme en este mundo del tebeo. Dibujé tantos y tantos que al final la semillita brotó, claro.
¿Cuáles eran los tebeos que más le gustaban?
Todos. Yo no tenía manías. De todos he aprendido algo. Cuando empezaba me fijaba en la forma de hacer los personajes de uno, los fondos del otro y, como el crisol del químico, al final esta amalgama acaba creando una forma nueva de hacer que, a su vez, influye a los autores posteriores, aunque cada vez lo tienen más difícil los nuevos historietistas.
Mientras hacía sus primeros pinitos trabajaba en un banco.
Bueno, trabajar es mucho decir. Yo estaba en un banco. Yo siempre tenía debajo del papel mi historietilla. Igual que tengo la cabeza torcida de leer los tebeos, también tengo un hombro más bajo que el otro por los golpecitos del jefe de negociado que me pillaba y decía: "Ibáñez, ¿otra vez?". Del mundo de la oficina surgieron muchos más creadores. En la historieta realista estaban Romeu y Puerto. De una oficina de seguros surgió Carlos Conti... Muchos hemos salido de ese mundo.
Su gran oportunidad le llegó de la mano de Bruguera.
Antes, mientras trabajaba en el banco, había hecho muchas páginas ya. Trabajaba para editoriales que ya han desaparecido, como la editorial Marco. Había unos tebeos que tenían mucha difusión entonces, Hipo, Monito y Fifí, Rabanito y Cebollita... Todas estas series salían en la revista La Risa, en la que metía mis cosas. Allí hice bastantes trabajos, pero mi oportunidad llegaría cuando se marcharon del gigante Bruguera aquellas estrellas de la historieta como Peñarroya, Cifré, etc., a fundar su propia revista, Tío Vivo, y aprovechamos una segunda generación —como Raf, Gin o yo mismo— para publicar allí.
Esta época la refleja muy bien Paco Roca en El invierno del dibujante. ¿Cómo era la Bruguera de entonces?
Se ha hablado mucho. Se pasaron ratos malos, pero conocí a un grupo de amigos como los que te comentaba, Raf, Gin..., con los que solía salir a cenar, a hacer la partidilla y demás, y nos lo pasábamos la mar de bien. Había de todo, como en botica. Había cosas que se hacían bien, otras mal, otras rematadamente mal, había gente intratable... Había de todo.
Coinciden en esa época todos los grandes nombres de la historieta que aún se mantienen en los quioscos, como Víctor Mora o Escobar.
Estaban todos los grandes: Cifré, Peñarroya... También tenía unas tiradas fabulosas el TBO con Benejam, Coll... Había una tremenda lista de autores a cada cual mejor. Todos mantenían un gran público, fue un momento muy bueno para la historieta. Después el tebeo ha ido cayendo y los autores han ido desapareciendo, y solo quedamos ya cuatro gatos.
Rafael González marcaría la línea editorial que se seguiría en Bruguera.
Sí, González era un personaje bastante especial. Aparte de ser bastante intratable, hay que reconocer que llevó a los tebeos de Bruguera a la cima. Tenía una gran visión comercial. Él mismo, antes de ser director, había hecho sus propios guiones. Él ideó utilizar todas esas palabrejas que hasta entonces no se habían usado. Palabrejas que le daban una cierta gracia a la historieta. Tenía mucha visión de lo que podía gustar y llevó a la historieta cómica a extremos a los que nunca había llegado en este país. Recuerdo que los personajes hablaban de "la coyuntura ambivalente del fraccionarismo", por ejemplo.
Uno de los mayores artífices de ese éxito sería la primera serie que creó usted en la editorial, Mortadelo y Filemón.
Sí, yo empecé casi inmediatamente. El sistema que se usaba entonces era coger algo de lo que publicábamos en otro sitio y ofrecerlo en otras editoriales. Yo hice eso en Bruguera y me empezaron a pedir pequeñas cosillas, chistes y demás. Casi inmediatamente me ofrecieron hacer alguna página, buscar algo distinto, algo que tuviese gracia. No voy a decir que estuve pensando demasiado porque sería mentira. El director te pedía personajes y hacías veinte de cualquier manera en una tarde. Entre ellos terminabas un poco mejor alguno que creías que tenía más oportunidad y el director te decía que lo desarrollases. Hasta allí la cosa era sencilla. Lo jodido no es crear los personajes, lo complicado es ese momento, después de hacer 50, 100, 200 páginas, en el que te enfrentas a la página en blanco y no sabes qué meterle ya.
Desde sus comienzos las características de Mortadelo y Filemón están muy marcadas. Hablaba antes de la importancia del gag.
Efectivamente. Se habían hecho ya muchas historietas de policías y ladrones, y al principio también Mortadelo iba por ahí, pero enseguida empezó a tener novedades. Lo que se hacía entonces era un solo gag por página. El lector si se reía disfrutaba, pero, si no, se había leído una página entera para nada. Empecé a hacer tres o cuatro gags en cada página. Hacer dos páginas permitía hacer mayor número de gags. Esas dos páginas se convirtieron en cuatro, luego en seis, luego en ocho... Y eso gustaba al lector, que veía que por lo que pagaba tenía más material y acababa contentísimo. Como podía llegar a ser más reiterativo, empecé a tocar temas de actualidad como las olimpiadas, los mundiales o los políticos, que era lo que le gustaba al lector.
Otra novedad es la capacidad de Mortadelo de disfrazarse, que está presente desde el principio.
Mortadelo empezó disfrazándose, sacando los disfraces de aquel gorro kilométrico. Se ponía el disfraz, se lo quitaba... Aquello era perder el tiempo, no tenía ninguna gracia. Lo convertí casi en un transformista que, según la situación, cambiaba de aspecto de una viñeta a otra. Empezaron a llegar cartas pidiendo más y más páginas.
¿De qué le falta disfrazar a Mortadelo?
Le he disfrazado de todo. Si no sé de qué disfrazarle, cojo el diccionario que tengo ahí detrás, busco cualquier bicho o cualquier cosa y ya tengo su disfraz. No sé de cuántos miles de cosas le he disfrazado. Una vez aflojé y decidí no disfrazarle porque era ya demasiado, pero lo compensé con otro álbum que se llamaba "El disfraz, cosa falaz" en el que incluí doscientos disfraces nuevos y diferentes. Si en algún momento he bajado un poquito, en el siguiente he vuelto a subir y todo arreglado.
En 1969 se plantea un nuevo modo de hacer las historias en álbum con El sulfato atómico.
Eso vino por parte del director, que se fijó en lo que se hacía en otros países, Francia sobre todo. Vio que podía ser una mina de oro no hacer álbumes directamente, sino hacer en la revistita semanal un hilo que uniese las historias. Si cogías un álbum de esa época, veías que cada cuatro páginas podía empezar y acabar el álbum porque cada semana era una historia nueva. Me entregaron una cantidad brutal de material de lo que se publicaba allí y me dijeron: "Ibáñez, siga este camino". Yo entonces tenía una cantidad de trabajo tremenda, no tenía tiempo de hacer más páginas, pero me insistían: "Búsquese el tiempo de dónde quiera, deje una revista, coja otra, pero hay que hacerlo". Ten en cuenta que, en nuestra profesión, hacer cinco o seis páginas semanales es lo que se puede hacer normalmente. Hacer diez es ya una heroicidad, quince es una locura, impensable. Pues yo llegué a hacer veinte páginas semanales. Allí no había ni fines de semana ni vacaciones, ninguna fiesta: solo el taburete, papel y lápiz delante. Fue tremendo aquello.
Con los álbumes nacen nuevos personajes, como el Súper, el profesor Bacterio u Ofelia.
Era otro aliciente para la historieta. Si la mantienes igual, llega a aburrir, y el público siempre respondió a estos nuevos personajes. En ocasiones eran una mina de oro. Cuando tenía esa página en blanco que no sabía cómo llenar metía algún invento del profesor Bacterio y ya tenía para hacer ocho o diez páginas. La Ofelia se hizo simpática al público con los gags con Mortadelo, y el Súper era el jefazo que estaba en todas partes, una bota de plomo plantada encima de los subordinados. El público veía cosas que eran normales, que existían.
A pesar del gran protagonismo de Mortadelo, en diez años crea uno de los planteles más queridos de la historieta española.
Otros personajes que he creado, como Pepe Gotera y Otilio, han gustado mucho siempre al público. También estaban el botones Sacarino o Rompetechos, que ha sido siempre uno de mis personajes más queridos porque, además de permitir muchísimos gags, iba siempre solo, mientras que el resto de los personajes solía ir por parejas o por tríos, como Chicha, Tato y Clodoveo. Era uno y chiquitajo. Estos personajitos han gustado mucho al público, pero eran demasiadas páginas. Cuando hacía dos páginas de uno u otro era llevadero, pero cuando el público pedía más Mortadelo ya no podía hacerlos. El último con el que he podido trabajar ha sido Rompetechos, en la revista Top Cómics Mortadelo. Allí podía realizar cuatro o cinco páginas. Siempre me ha gustado mucho dibujar al personaje, incluso en las firmas, que siempre me piden Morta-delos, te distraes un poco más. En las firmas siempre es lo mismo, trabajas como un loco, pero ya no tengo 30 años ni 40 ni 50 ni 60, y aunque te gusten otros personajes te quedas al final con Mortadelo. Además de los míos, había otros personajes que com-praba el jefe de la editorial, don Francisco Bruguera, como don Pedrito, a quien vio en televisión anun-ciando coñac y le hizo mucha gracia. Compró los derechos y me pidió que hiciera algo con él. Era un personaje dificilísimo que se dirigía el espectador diciendo todo el rato: "Está como nunca, está como nunca". Cuando querías moverlo, que hiciese algo, no podía ni quitarse el sombrero del cabezón que tenía, Ir pero a pesar de todo le saqué provecho bastante tiempo.
Rompetechos es para muchos un reflejo suyo.
Alguien decía que el autor se burlaba de un defecto físico. Mire usted, el autor está en las mismas condiciones que el personaje, que le quitas las gafas y hay que llevarle de la mano a la cama. Ahora están sucediendo muchas cosas, temas que nos abstenemos de tocar porque dan una pena tremenda, como los refugiados. Pero hay que separar el humor de la realidad.
En su trabajo hay un gran dinamismo, herencia del cine mudo.
Para mí ha sido crucial el recuerdo de aquellas series de Harold Lloyd, El Gordo y el Flaco o el mismo Charlot, en las que el tema en sí no tenía importancia, sino los gags que iban sucediendo. Aquello me gustaba mucho y trasladé al papel el ritmo tremendo de aquellas películas.
A pesar de la gran carga de trabajo, la exigencia obliga a que no quede un milímetro de viñeta sin dibujar con gags secundarios, como las persecuciones del ratón al gato o las telarañas en las esquinas.
[Risas] Y nunca mejor dicho, cada milímetro de cada viñeta. Si algo le horrorizaba al director de Bruguera, el señor González, era que hubiese algún espacio en blanco, que él interpretaba como que no habíamos trabajado bastante. Tenía que esforzarme al máximo para que se viese lleno completamente. Llegué a hacer una contraportada con un campo de fútbol en el que los futbolistas miraban a un graderío con 400 espectadores y cada uno de ellos estaba haciendo algo. Muchas de las portadas que he hecho llevaban un trabajo espantoso, y eso al lector también le ha gustado.
No sé si le gustaba tanto hacer las portadas como al lector contemplarlas.
Sí, he hecho portadas en las que otros autores podían haber sacado cuatro o cinco con todos los detalles que había. Además del chiste principal, introducía a la viejecita que corría con la Kawasaki por el edificio para arriba; o aquella vez que hice las dos torres gemelas y un avión estrellándose. (Eso, desgraciadamente, fue real y me empezaron a llegar un porrón de cartas donde me preguntaban si era capaz de adivinar el porvenir o el número de la quiniela de la semana que viene, que si estaba fomentando el terrorismo...). Y todos esos detalles a veces gustaban más que el chiste principal. En las portadas de la revista Mortadelo, dibujaba siempre un chiste en la O. Sí, incluso mi propia firma la metí en una etiqueta. La dibujaba con patas y siempre le pasaba algo.
¡Valor y al toro! o Chapeau el esmirriao son algunos de los álbumes favoritos de los lectores.
Siempre he dedicado el mismo interés a todo lo que he hecho. No podría decirte cuáles han sido los que más me han gustado. Cuando a veces estoy trabajando y no sé qué hacer me cojo uno de mis álbumes, me lo vuelvo a leer y ya me río, pienso que vaya gracia tenía este tío y ya me da para seguir con nuevos temas. Para mí todos son iguales.
El éxito de Mortadelo también se extiende fuera de nuestras fronteras, y se ha editado en dieciocho idiomas.
Especialmente triunfó en Alemania. Eso ya se acabó hace tiempo. De nuevo volvemos a nombrar al "dire", al señor González. Igual que compraban series de fuera, le decía que por qué no intentaba vender nuestras historias fuera y así sacábamos alguna pesetilla. Él siempre me decía que no, que había que tener en cuenta que el humor escandinavo, el humor alemán no son iguales que el humor español. Sin embargo, cuando con los álbumes se consiguió vender algún trabajo nuestro, especialmente Mortadelo tuvo un éxito tremendo. Yo le decía: "Ye usted cómo el humor no es alemán o español?". El humor es humor. Pero eso ya se acabó. En todas partes ha decaído bastante el cómic, pero es bonito recordarlo.
A pesar del tiempo transcurrido sigue produciendo tres álbumes al año.
Sí, igual que hace diez, veinte años y siempre. Con los codos sobre el tablero y apretando la cabeza. No hay ordenador que haga eso; si no, sería el primero en hacer cola para comprarlo. Lo que pasa es que no es lo mismo tener 30 años que 40 o que 60. Trabajas las mismas horas, pero la mano no responde como antes, echas de menos cosas, pero, en fin, sigue saliendo. Yo siempre he dicho que el día que me pase 24 horas delante de la hoja en blanco un día y al siguiente igual recogeré mis papelitos y mis cosas, y se acabó la historia, pero afortunadamente ese momento no ha llegado.
¿Cómo es el proceso de creación de una página?
Es como el compositor que toma el papel pautado y empieza a pensar en la melodía. Mete las notas y cuando acaba la partitura coge la trompeta y empieza a interpretar. Lo mío es lo mismo. En lugar del papel pautado tengo la hoja en blanco y en vez de la trompeta el lápiz, pero el fondo es el mismo.
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