El profesor Bacterio ha ideado un cacharro que permite a los agentes elevarse a más de cuatrocientos metros de altura. Se trata de un invento de gran utilidad para la organización ya que permitiría perseguir a los agentes enemigos evitando los atascos del tráfico o incluso escapar de una encerrona ante una situación límite. Pero tras el calamitoso ensayo, que Mortadelo y Filemón sufren en primera persona, el “Súper” propone a sus agentes el reto de inventar un artefacto similar. A cambio, la T.I.A. prescindiría de los servicios del profesor. Mortadelo acepta el desafío e intenta echar a volar de muy diversas formas: echando mano de una sombrilla, de una cometa e incluso de una señal que utiliza a modo de catapulta. Lo intenta incluso con unas alas elaboradas con plumas de ave, cual Ícaro escapando del laberinto de Creta, e incluso con objetos de lo más absurdo: gallinas, muelles o un enorme avión de papel, pero fracasa en todos sus intentos. Finalmente, decide intentarlo con un cohete supersónico, que explota accidentalmente y cuya onda expansiva le pone en órbita, quitándole para siempre sus anhelos de volar.