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año 66 de la era ibañez

francisco ibáñez (18/iv/1998 - el periódico)

MORTADELO Y FILEMÓN INGRESAN EN EL CLUB DE LOS CUARENTONES

Sábado 18 de abril de 1998,
Núria Navarro


Ibáñez conmemora el aniversario con la publicación de “Su vida privada”. El mito del tebeo español ha vendido 50 millones de copias sólo en Alemania. “El secreto de su éxito es que son dos seres humanos”, afirma el dibujante.
 
Mortadelo entra en el club de los cuarentones sin cambiarse el levitón, sin abandonar el travestismo y sin medir las consecuencias de sus ideas de bombero. Para celebrarlo, Francisco Ibáñez, su creador, saca este fin de semana un álbum en el que, por fin, desvela la vida íntima de Mortadelo y Filemón. La sin par pareja le ha hecho vender más papel que Antonio Gala en España y 50 millones de ejemplares en Alemania, ha conquistado a adictos como Felipe González y ha hecho crecer a varias generaciones con tanto vigor como el Cola Cao. El secreto, según su autor, es que “son dos seres humanos capaces de dejar colgado al superintendente si huelen peligro”.

El ingreso de ambos en la madurez ha llevado a Ibáñez a despejar la gran incógnita del último medio siglo: ¿qué hacen dos hombres solos viviendo en El Calvario? “Pues no son rarillos, no –saca de dudas el autor- han tenido unas cuantas señoras con las que ha acabado mal. ¿De qué otro modo podían acabar?”

Ibáñez explica que la ausencia de faldas viene de los tiempos de la dictadura, cuando el censor aplicaba el lápiz rojo sobre cualquier asomo de curvas. La cuadrilla de Bruguera trabajaba a destajo y, claro, no se podían permitir el lujo de repetir ni una sola viñeta.
 
   Mortadelo y Filemón, agencia de Información nació en enero de 1958 en una España desarrollista que codiciaba el seiscientos, se preparaba para el estreno de Las Chicas de la Cruz Roja y empezaba a descubrir a las suecas en bañador, Ibáñez ya bregado con las editoriales Símbolo y Marco, asegura que en un pestañeo creó a la pareja, ligeramente inspirada en el Superagente 86, aunque disfrazada de SherlocK Holmes y el doctor Watson. Era feliz. ”Ganaba 200 pesetas por página, una maravilla”, recalca. Pronto pasó de la página colectiva en Pulgarcito, a tener álbum propio, y empezó a trabajar como un loco. Hasta 20 páginas semanales “Me caía el sudor espina dorsal abajo”, recuerda.
 
La Censura
 
    Las entregas draconianas tenían otra dificultad: la censura que dirigía el Padre Vázquez: “Nada de política, señoras ni violencia”, era la consigna. Aunque el rasero no era igual para todos: mientras en Hazañas Bélicas colaba la masacre de 50.000 japoneses, las carreras con el garrotillo del final de las viñetas de Ibáñez eran condenadas a la hoguera. “¡Hombre Ibáñez, que el alma de los niños es muy frágil!”, era el parte habitual. El colmo de la miseria, según el autor, fue el día en que en una página de La historia ésa vista por Hollywood, en la que un pulpo echaba un piropo a la hembra de la ballena Moby Kick, le acusaron de “¡adulterio!”

    La modesta agencia de información fue absorbida por la gigantesca TIA, se editó el álbum, El sulfato atómico, ingresaron en escena el Súper y el profesor Bacterio, y llegó la transición. El boom del destape dejó perplejo a Ibáñez, que no veía cómo encajar tanto muslo en su literatura, así que cambió poco la filosofía del trabajo.

    Y llegó la democracia, con sus libertades y descalabros a cuestas: “La cosa se complicó –asegura el autor-, se despertaron las sensibilidades”. Un ejemplo: en el álbum El Quinto Centenario, Mortadelo y Filemón aparecieron en una viñeta con el culo al aire, de espaldas. “Una señora me llamó diciendo que aquella cosa pornográfica no podía dársela a sus hijos”, asegura. Por otra parte, su idea de bautizar como Juanito Batalla a Juan Guerra, en el álbum El atasco de influencias, le valió las iras de un homónimo gerifalte de la Marina, quien le acusó de mancillar su buen nombre.

    Bruguera cerró puertas a mediados de los 80, pero Ibáñez ya era el pope de la historieta, un fenómeno de masas. Alemania le había ubicado en la estantería de los mitos y Japón se genuflexionaba ante él como ante el trono del crisantemo. Había que pensar en el mercado internacional: “Lo que le pase a Rodríguez Ibarra le importa un pepino a un danés”, aclara. Y bajo esa perspectiva, surgieron álbumes sobre temas universales: los mundiales de cine, Maastricht, los centenarios del cine y del cómic. En uno de ellos, el dedicado al Mundial 98, Ibáñez saca en una viñeta al presidente Aznar, el único político que no le agradeció el detalle. Quizás esté a tiempo de mandar una tarjeta para felicitarle el cumpleaños.
 
“Cuando no es por trabajo, mando el lápiz a la porra”


Más de una generación debe a este hombre de enternecedora miopía e insólita modestia el haberle cogido gusto a la lectura y ampliar el vocabulario con sus perlas como “sapristi”. Toda esa responsabilidad parece no ir con él. Se ruboriza, acelera un discurso de por sí acelerado y pone cara de Mortadelo tierno.
 
El traumatólogo de Ibáñez está al borde del desmoronamiento. Tras estar más de 40 años atado con un grillete a la mesa de dibujo, el historial de pinzamientos de su cliente supera a los descritos en los manuales modernos. El peor, confiesa el historietista, es el que le afecta al índice derecho, “el de agarrar el lápiz”. Aún así, la única jubilación que acepta es caer fulminado sobre el tablero.

¿Tiene conciencia de ser un mito en España, en Alemania, en el cosmos?

No sé, no sé. Es muy bonito cuando firmo en sitios como El Corte Inglés y la gente forma colas muy largas para conseguir una chorradita, una cara de Mortadelo, una firma...

No sea humilde, otros no han llegado a fenómeno de masas como usted.

En Bruguera hubo gente muy buena como Penaría, Cifré, Escobar, Vázquez...

¿No se sacaban ustedes los ojos?

Nunca, nunca, en absoluto. Igual es que nos veíamos una vez por semana, cuando íbamos como las modistas, con su pañuelo y tal, a la editorial. Entregábamos el trabajo, bajábamos al bar, charlábamos un rato y hasta la semana que viene,

Una curiosidad: ¿por qué Mortadelo y Filemón siguen tratándose de usted después de 40 años?

Antes se hablaba de usted y ahora... suena tan macarrónico que hasta tiene gracia y todo.

De calvos no los libra nadie.

Era más fácil dibujarlos sin pelo. Lo hacíamos todos, éramos todos un atajo de vagos, cobrábamos igual y trabajábamos menos.

No dirá que todo lo ha hecho por pasta.

Yo he trabajado mucho, demasiado 26 horas diarias, las 24 que tocan más la canaria y alguna otra más. Pero creo que me he entretenido en el dibujo mucho más que cualquier otro. En cualquier portada metía 40 detalles de fondo en segunda y tercera fila. El trasatlántico que subía rascacielos arriba, la vieja que va en KawasaKi... La gente disfruta horrores con el detallito.

O sea, de pesetero nada.

Mire si respeto al público, que cuando rompí con Bruguera para hacer la revista Guay de Grijalbo me inventé Rebolling Street, una especie de 13 Rue del Percebe, y como sabía que a la gente le gustaban, en vez de una paginita, hice página doble, que llevaba el triple de tiempo que la simple.

¿Nunca se ha quedado en blanco?

No, no. Y ni musas ni puñetas... Te sientas y aprietas hasta que sale, y una idea lleva a otra, y otra. Te viene una en la cama a las cuatro, te levantas a apuntarla y te dan las ocho...

Y su familia, ¿contenta?

Negra, completamente negra. Sin fines de semana, sin vacaciones, sin nada durante años.

Tiene dos hijas, ¿Qué tal le han resultado?

¡Maldita sea! Eran fans de Zipi y Zape, de Escobar.

¿Alguna vez tuvo eso que se llaman negros?

Jamás, jamás, a lo máximo que he llegado es a alguien que me pase a tinta los dibujos. Una de las peloteras en Bruguera fue por eso. Llegó el momento en que no daba más, y el director, González, me pedía un esfuerzo y yo me negaba, montó un trabajo en cadena. Luché como un loco para quitar esa basura.

De Rafael González se vengó caricaturizándole.

Sí, sí, en El botones Sacarino... Se puso de una mala leche espantosa y pidió que recortaran todas las cabezas y las sustituyeran por otras.

Un momento límite.

El momento límite fue hacer 20 páginas semanales. Era espantoso. Los grandes dibujantes como Uderzo, de Astérix o Morris, el de Lucky Luke, hacen una o dos como máximo y trabajan con un guionista.

Echaría usted mano a los estimulantes.

Un cafetillo nada más.

Se habrá forrado.

No soy un De la Rosa, ni un Conde pero alguna escapadita a Hawai me he pegado.

¿Qué sintió el día que cerró Bruguera?

Rabia y pena, no sólo por mí, porque yo sabía que lo superaría. ¡La cantidad de gente que se quedó sin nada! Yo siempre he sido un cenizo, por donde he pasado, ha habido una debacle.

El título de propiedad de Mortadelo es suyo.

En la parte industrial, no.

Un fan suyo es Felipe González.

Eso me han dicho. Yo estoy satisfecho cuando un médico o un abogado cargado de problemas me dicen que se meten en la cama, cogen una página de las mías y se ahorran un tubito de esos de la farmacia.

¿No se le sube nada a la cabeza?

En absoluto. Yo, como si empezara a vivir. A mí me ha salido porque ya estaba predispuesto a esto, como Plácido Domingo a cantar.

Fuera de horas, ¿pinta?

¡Si no se dibujar! Además, cuando no es por trabajo, mando el lápiz a la porra. Me voy a la torre, cojo un pico y una pala y planto algo; o construyo una pared con un poco de cemento... que se desmorona, claro.

¿Cuántas veces ha dicho se acabó?

Muchas, muchas, muchas. Pero desde hace 40 años sigo usando la mano derecha y la cabeza de en medio.

El ordenador existe, ¿ha estudiado su utilidad?

Nada, nada. ¡Me mareo con pensar en aprender cómo se teclea eso! Quedaría falso, estoy seguro.

¿Qué hay de la jubilación?

La jubilación del dibujante es el boom, que es lo que les ha pasado a mis compañeros. Soy el único en pie.

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